viernes, 27 de octubre de 2017

Trescientos sesenta y cinco días…




Un día como hoy hace un año decidiste que era tu momento de partir. Dejaste un hueco en nuestras almas imposible de llenar e imposible de imaginar el gran vacío que dejabas en mi vida.

No significa que te recuerde solo hoy, hice cada día desde que te fuiste. Todas las mañanas pienso en ti y en varios momentos del día eres protagonista de mis pensamientos.

Pienso en ti aquel día y veo tus ojos llenos de miedos, esa mirada que temblaba de pánico y poco a poco fue tornándose a serena al sentir que no estabas sola. Sabías que te acompañaríamos hasta la salida, hasta la entrada de una nueva etapa en la que has continuado sola.

Nos dejaste para emprender un nuevo camino para el que llevabas entrenando desde que naciste y ahora estoy segura ha sido el año de tu “vida”.

No sé dónde fuiste exactamente, si a la montaña, a una playa desierta o si te tumbas simplemente al sol cada mañana a la orilla de un rio. Lo único que sé es que te espero en mis sueños y que justo después de oír un timbre te oigo ladrar enérgicamente.

Ha sido un año duro, creo que el más duro de mi vida hasta ahora. Quizás tiene mucho que ver tu ausencia, fueron muchos años juntas y me faltas compañera. También ha sido un año de cambios, de evolución y de crecer de una forma brutal.

Te fuiste con la tormenta, una de las peores de todas, la de arena y aún seguimos barriendo los restos de grano fino blanco que nos has dejado.

No es exactamente esto lo que quería escribir sobre ti.


Quería llenar de vida este texto, de anécdotas y de historias varias que hemos vivido juntas, pero el final de la aventura también es importante y hay que sangrarlo.

No quería expresar un adiós.


Quería expresar que sigues aquí, que te siento cerca aunque no estés pero he tenido que aprender que las cosas salen o no salen, no se intentan, no se fuerzan y hoy no puedo…quizás mañana.

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